Artículo de Fernando Carreño Arrázola
Publicado el 3 de Junio de 2018 09:30 am en EL UNIVERSAL

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La familia llevó una ofrenda floral al busto de Enrique J. Arrázola en el Parque del Centenario

Soy un próspero comerciante que partió de Cádiz, una mártir de la Independencia, un propagador de Sida, un gobernador y ministro de Gobierno, soy guipuzcoano, soy ateo, soy fanático religioso. Soy ese puzle de muchos otros que comparten mi apellido pero que no conozco ni conoceré.

Soy una perturbación anímica generada por una idea fija. Soy el que busca en la red cómo armar mi propio rompecabezas. A pesar de todo, según lo que encontré, soy uno de los menos obsesionados.

Más de un centenar de individuos de todo el mundo, con los que estoy emparentado en mayor o menor grado, se iban a reunir en la ciudad donde vivo y en menos de un mes. Soy un azar incomprensible. Desde entonces me atormenta una idea: en algún lugar del mundo hay una persona exactamente igual a mí, que tiene mis tics, mis gestos, mi modo de caminar o hasta la furia que me produce que me despierten temprano. Además del parecido compartimos otra cosa: el apellido.

Comparto el tormento, o la emoción -según se piense- con don Humberto e Ignacio, dos Arrázola como yo, que ya comprobaron que los genes de nuestro apellido son testarudos y se han regado por el mundo así como se regaron nuestros antepasados. “Mi primo Guillo es igualito, el doble de José Ramón, el historiador de la familia que viene de España”, cuenta asombrado Ignacio.

Guillermo Barrios Arrázola, neurólogo que vive en Cali, y su doble José Ramón Arrázola, historiador español. 

Don Humberto e Ignacio llegaron con otros 120 “primos” a Cartagena de Indias, todos con ganas de saber más de esa línea de los Arrázola que produjo líderes y mártires y seguro uno que otro canalla olvidado por la historia.

En la Academia de Historia de Cartagena intercambiaron datos sobre la familia y hablaron tendido sobre Josef de Arrázola y Ugarte, presuntamente el primero en tocar suelo americano. Mi tátara-tátara-abuelo, vasco como él solo, había migrado para educarse en Cádiz, puerto privilegiado y sede de la Flota de Indias; titulado como comerciante, viajó a Cartagena de Indias, epicentro del comercio en América.

José Ramón, el primo y genealogista de la familia, escribió un libro dedicado a él. Es también uno de los artífices de esos encuentros en los que podemos descubrir nuestras perturbadoras similitudes. “En el 2014 se realizó el primer encuentro en la pequeña población de Checa, Guadalajara (Castilla-La Mancha), donde salió a la luz un glorioso personaje como Sancho Arrázola. En 2016, en Oñati, Gipuzkoa, se dio un encuentro internacional donde se destacó Juan de Arrázola, que por avatares de la vida se estableció en Flandes (Bélgica) generando la saga de los ‘Arrázola de Oñate’. En el tercer encuentro, en la bella ciudad de Cartagena de Indias, la figura es Josef de Arrázola y Ugarte, a quien con una especial ilusión y cariño resalto en el libro, pues no en vano es mi paisano, nacido en mi Barrio y del mismo linaje y pariente biológico”. El libro, como dice el autor de Josef de Arrázola y Ugarte, apuntes biográficos “desvela en gran medida el alcance de la aventura de un ‘cashero’ rural euskaldun, natural de Oñati (Gipuzkoa), convertido en un comerciante importante establecido en Cartagena en Indias, y creando nuevas líneas y ramas de su apellido y numerosa descendencia”.

Los Arrázola de España, Costa Rica, Argentina, Suiza, Estados Unidos, Panamá, Colombia y México también visitaron el busto de Enrique J. Arrázola, en el Parque Centenario. Allí dejaron una ofrenda floral a quien fuera Gobernador de Bolívar, gerente del Banco de la República en Cartagena y ministro de Gobierno de Miguel Abadía Méndez, en 1928.

Después fueron al Camellón de los Mártires, donde se encuentra la placa de Eugenia Arrázola, espía “natural” de Turbaco, fusilada por el ‘Pacificador’ Morillo en la Hacienda de Torrecilla, entre Cartagena y Turbaco, en 1815.

Pero más allá de visitar la historia de sus antepasados, primó la emoción de sentirse reconocidos, de entender su historia, cómo son y cómo serán. Los más excitados hablan de una especie de memoria emocional, expresiones inconscientes que crean formas de pensar, actitudes, un perfil común regado por diferentes partes del mundo, entre individuos que ni siquiera se conocían…

Se calculan unos 4.083 Arrázola en México, 2.725 en Bolivia, 2.463 en Colombia, 700 en España, 104 en Bélgica… quien escribe es uno más. Lo extraño no es que tantas personas tengan el mismo apellido, lo extraño es que a estas alturas tengamos algo en común. Soy pesimista, soy escéptico, soy desconfiado, soy suspicaz. Soy buscador de genetistas que expliquen este embrollo que armó el encuentro de la familia.

“Lo primero que hay que hacer es diferenciar entre lo heredado y lo aprendido (nature – nurture). Lo heredado es claro, hay unos rasgos, cualquiera los puede ver y expresar, pero no solo a nivel del físico (fenotipo). Esto tiene un componente molecular, es decir que cuando uno ve a alguien percibe la punta del iceberg de lo que se expresa, pero esto es solo la costra, la cáscara”, dice Alberto Gómez Gutiérrez, director del Instituto de Genética Humana de la Universidad Javeriana. “La otra parte es la que está en los genes, que es lo que le permite a uno saber si tiene una herencia estructural en ese núcleo de la identidad que va a determinar un riesgo de desarrollar una enfermedad o definir un parentesco o filiación”.

Gómez Gutiérrez destaca que eso es lo que se ve actualmente en la genealogía, que se basa cada vez más en la genealogía molecular; esta permite conectar gente del mundo entero en función del parecido de la secuencia de sus genes. También aclara que hay un concepto esencial y es que todos somos afrodescendientes, contrario a las subdivisiones de la humanidad en elementos sobredimensionados como el color de la piel.

Además todos somos mestizos, somos descendientes de los cromañón y en Colombia tenemos un altísimo componente genético amerindio, lo confirman los estudios: el 90% de los colombianos escogidos al azar tiene ancestro materno indígena. Esto es porque los españoles hace 500 años vinieron sin esposas, y dejaron descendencia con mujeres indígenas.

Si vamos más lejos, somos primos de las bacterias. Cuando se prolonga suficientemente el árbol genealógico de la vida llegaremos a un ancestro de unos 4 mil millones de años, y ese es el ancestro no solo de los humanos sino de todo lo vivo, y aunque no se ha encontrado se le conoce en la ciencia como Luca (Last Universal Common Ancestor).

“Hay rasgos que se heredan y que son muy fuertes y dominantes, como los ojos rasgados o la nariz, así que es posible que sus familiares se parezcan”, dice Gómez Gutiérrez. “Lo que me cuesta trabajo es asociar el carácter de los Arrázola entre sí. Eso lo puedo entender en los que son parientes cercanos y tuvieran alguna especie de convivencia ancestral, porque el abuelo dejó marcada una manera de ser, eso en realidad es de crianza, de cultura”.

Mientras tanto la familia planea los próximos encuentros: Bélgica en 2020 y México en 2022.

Soy tátara-tátara-nieto de Josef de Arrázola y Ugarte, soy tátara nieto de Rafael Antonio, bisnieto de Luis, nieto de Alfonso ‘El mico’, hijo de Clara, y padre de dos. Soy una bacteria con cuestionamientos metafísicos.